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Todo preso es político

“El candidato de Néstor siempre fue Zaffaroni. El mío, Lorenzetti”, solía decir Cristina hace años, cuando el vínculo entre el kirchnerismo y la Justicia era definitivamente otro. Eran los tiempos de Oyarbides benévolos, de Stiusos serviciales, de Consejos de la Magistraturas afines. Así comenzó una historia que, de alguna manera no se alteró en su esqueleto durante años. Tuvo un comienzo auspicioso, con la primera Corte Suprema de Néstor Kirchner. Pero ese debut no implicó una transformación profunda, sino continuidad. Una continuidad que llega a la Confirmación de la Corte. Aquel andamiaje que se llama Justicia, es un esquema que no se alteró en sus características esenciales en los 12 años (“y medio”, diría CFK) ganados y en los cuatro repudiados.

Alejando Slokar, juez de Casación, profesor universitario (como también lo es Alberto Fernández), uno de los jueces más lúcidos de los cercanos al peronismo, le concedió en 2022 a Jorge Fontevecchia una entrevista reveladora. Allí el “orgulloso fundador de Justicia Legítima”, decía: “No debe analizarse desde el punto de vista de la integridad de los magistrados, del funcionamiento con ajuste a las normas. (El problema) finca en cuestiones de orden estructural. Sería quizás banalizar la naturaleza del problema abordarlo desde el orden de las personas. Hablar de patología me resulta interesante, porque trasciende lo morfológico. Alguien podría decir que el funcionamiento es deficitario. Pero cuando anida una patología está claro que se empieza a modificar el funcionamiento de esa maquinaria. Es diagnóstico, pero también pronóstico de tratamiento, es sortear la descalificación en términos personales”. Un diagnóstico que a la luz del fallo de la Corte y las controvertidas medidas de restricciones del TOF 2 de esta semana parece cobrar vigencia. La pregunta es: ¿por qué no se produjeron los cambios necesarios cuando se era poder? Para que haya una Justicia Legítima (o, más bien, legitimada por toda la sociedad) lo que no puede haber es grieta política: se necesitan consensos, acciones concretas, búsquedas de mayorías. La grieta aquí también fue y es un problema.

Si bien es cierto que, como señaló en la semana Juan Manuel Mena (un camporista en el gabinete de Axel Kicillof, quien mucho tuvo que ver con el manejo de la Justicia en los años del kirchnerismo en el poder) hay “rémoras monárquicas” en el manejo del Poder Judicial que su gobierno no tuvo la fortaleza para transformar, es cierto que la situación de la Corte Suprema y la falta de consensos para lograr negociar sus miembros antecede a Javier Milei. El peronismo ni “fue por todo” (salvo un intento cuasidesesperado al final de hacer juicio político a los miembros de la Corte, sin tener los votos ni la fuerza para hacerlo) ni buscó acuerdos con fuerzas afines como producir cambios que sí hubiesen sido posibles.

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Normalmente cuando pensamos en la Justicia, la asociación directa es la imagen de la diosa ciega, representación del siglo XV. Está claro que con Cristina faltó esa ceguera ecuánime, que trae consigo a su balanza. La Justicia no fue ciega, nunca lo es, y eso constituye un déficit que es profundo: no solo tiene que ver con el ethos de la sociedad, sino que alude a la ontología: quizás se trate de una imposibilidad. La contradicción entre República y Democracia no sólo afecta al caso de Cristina Fernández de Kirchner, sino que fue un problema en los casos de Lula y Donald Trump.

El arte brinda otra representación visual de la Justicia. Una de ellas está en el Museo del Prado de Madrid. Es la Alegoría de la Justicia y la Paz, de Corrado Giaquinto, un pintor italiano que vivió en el siglo XVIII. La representación tiene algo perturbador: son dos mujeres a punto de besarse. La imagen, explican los especialistas, “se relaciona también con el Salmo 85, en el que se anuncia la Paz eterna entre Dios y los hombres, o la Salvación, y que implica la advertencia de que se consolide la paz también en la tierra: El amor y la lealtad, la paz y la justicia, sellarán su encuentro con un beso. La lealtad brotará de la tierra, y la justicia se asomará desde el cielo”. Según esta iconografía, la Justicia necesita de Paz y Concordia. Un mensaje que debería leer Javier Milei, aún más que Cristina. Nada indica que el final de la Causa Libra sea demasiado diferente del de Vialidad. Y el gobierno actual optó, como los anteriores, por mantener la alianza con el poder inalterable de los Tribunales y su entorno. El Presidente sobreactúa su desconocimiento sobre el tema judicial. Es el mismo Presidente que dijo “¡teléfono jueces” ante el pedido de “Cristina presa” de sus militantes.

En la marcha de Plaza de Mayo, se escuchó la voz de la líder peronista en un discurso –en el que hubo una sola mención y como al pasar de Javier Milei–, se escuchó continuamente la canción de Los Redonditos de Ricota, Todo preso es político. Cristina sí habló en sus ocho minutos de duración varias veces del “plan que se cae”, pero no se centró en el Presidente. Una vez más, el kirchnerismo más duro parece excluir o al menos no centrar a Milei en el centro de sus críticas, a diferencia de otros sectores de su movimiento, como el de Kicillof o de Juan Grabois. La letra de la canción dice: “Obligados a escapar,/somos presos políticos,/reos de la propiedad,/los esclavos políticos”.

Vigilar y castigar es el nombre de un libro de Michel Foucault. Cristina en X dijo estar bajo “Un régimen de exclusión totalmente arbitrario”. Tan cierto como que ese régimen no cambió a lo largo del tiempo. La cárcel y el panóptico son metáfora: toda cárcel y todo preso es político. Y todo precio, también.

*Periodista.

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