Hoy celebramos un nuevo aniversario de la Declaración de la Independencia Argentina; que tuvo lugar en San Miguel de Tucumán, el 9 de Julio de 1816, en momentos en que el Ejército Auxiliar del Perú, comúnmente conocido como “Ejército del Norte” acababa de regresar a esa ciudad, después de la dura derrota de Sipe-Sipe, para reorganizarse.
Durante este acuartelamiento en Tucumán, el futuro general cordobés José María Paz, pudo presenciar las actuaciones y deliberaciones del Congreso que declaró la Independencia; y nos ha dejado unos testimonios sobre las disputas internas que hubo en el seno del Congreso. Paz era, en ese entonces, un joven oficial de caballería del Ejército del Norte. Conocía personalmente a algunos diputados; sobre todo, a los cordobeses, por tratarse de su provincia natal.
El Gral. Paz integraba la planta de los veteranos “Dragones del Perú”, que se hallaban acantonados en “el Convento de los Lules, perteneciente a la religión dominicana, situado a tres leguas al sudoeste de la ciudad”. Es decir, que al encontrarse sólo a 15 kms. de San Miguel de Tucumán, a donde concurría casi a diario, Paz fue testigo presencial de estos hechos.
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Cuenta que el Congreso seguía normalmente sus sesiones en Tucumán, “habiendo el 9 de Julio (1816) declarado la independencia de la España y de la Corona de Castilla; pero había en su seno un germen de discordia que transpiraba por todas partes”.
Comenta que los diputados de Buenos Aires, seguidos por casi todos los representantes de las demás provincias, dominaban el Congreso y tomaban las determinaciones más trascendentes. Sin embargo, existía una dura minoría, encabezada por los diputados de Córdoba, que intentaban “inútilmente contrastar la supremacía e influencia de la capital”. Ahora bien, ¿a qué se debía esta división?,
“Era en ese tiempo que Artigas, el célebre Artigas – explica Paz – hacía una guerra a muerte al Gobierno General, que si tenía vicios y defectos, representaba los principios civilizadores, mientras que aquél se apoyaba en el vandalaje y la barbarie”. Como recordaremos, Artigas era el primer caudillo que tuvieron las Provincias Unidas, y de él aprendieron todos los demás, que vinieron después. Paz lo llamaba despectivamente, el “protocaudillo”, a modo de “inventor” de todos los otros, encarnando el atraso, el salvajismo y la falta de apego a cualquier norma, principio, constitución o control, por parte de una legislatura o congreso.
Artigas había formado un propio ejército de montoneras desordenadas (táctica que después copiaron Güemes, Ramírez, López, Bustos, Quiroga, Aldao, Ibarra y hasta el mismísimo Rosas), y basado en esa fuerza, había constituído, prácticamente, otro Estado dentro de las Provincias Unidas, al cual denominó: “Liga de los Pueblos Libres”, abarcando con su influencia a: la Banda Oriental (hoy: Uruguay, su tierra natal), Entre Ríos, Corrientes, Misiones y Santa Fe. Todas estas provincias, por órdenes expresas de dicho caudillo, no enviaron representantes al Congreso de Tucumán, y desconocieron todo lo allí resuelto. Así, nuestra Independencia fue declarada sin que participaran (lamentablemente) representantes del litoral.
Pero Artigas no se contentó sólo con desconocer lo resuelto por el Congreso de Tucumán (inclusive la Declaración de la Independencia). Como bien lo expuso el Gral. Paz, el caudillo oriental llevó adelante una guerra “a muerte” contra las Provincias Unidas, saboteando sus comunicaciones, invadiendo, cuando pudo, su territorio, haciéndole la guerra a sus ejércitos, interceptando el envío de refuerzos, dinero, provisiones o armamento. Inútiles fueron los distintos intentos de conciliar con él o de llevarlo a la reflexión.
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Como también lo decía Paz, el Gobierno Central, representado por el Director Supremo Pueyrredón y el Congreso de Tucumán, pudo haber tenido sus vicios y defectos; sin embargo, era el primer esfuerzo de todos los argentinos por recorrer, unidos, el camino de la institucionalidad, la civilización, la Independencia y la Organización. Fue, precisamente, por el accionar de estos mismos caudillos, de quienes Artigas era su luz inspiradora, que la República Argentina demoró su organización constitucional otros 37 años más, a la inversa que Chile.
Ahora bien, una circunstancia especial se daba en la Provincia natal del Gral. Paz: Córdoba. Si bien es cierto que no integraba formalmente la “Liga de los Pueblos Libres”, Artigas tenía en la provincia mediterránea una importante influencia. Es por eso que la misma sí envió sus diputados al Congreso de Tucumán, pero con instrucciones de intentar formar claramente un polo opositor a Buenos Aires, a quien el mismo Artigas quería quitar su carácter de Capital, entre otras represalias.
Aunque Córdoba era parte de las Provincias Unidas, su clase dirigente simpatizaba con Artigas. Sus líderes eran personas cultas e ilustradas. La presencia de una Universidad en la “docta” (la única en emplazada en suelo patrio), así como de otras entidades educativas de menor rango, de un Obispado y un importante movimiento comercial, le daban el derecho a pretender rivalizar con Buenos Aires.
De allí es que Paz explica, aludiendo a los dirigentes y diputados cordobeses, que “sin embargo, no faltaban hombres de buena fe y hasta de mérito que lo apoyasen – a Artigas –, porque lo creían un instrumento útil para las reformas que creían necesarias”. Tales reformas consistían en atenuar o frenar la excesiva influencia del centralismo porteño, herencia que se arrastraba ya desde las épocas del virreinato, y que se acentuó luego de la Revolución de Mayo. Y es por eso que los cordobeses constituyeron un duro núcleo opositor a los diputados de la Capital.
Sin embargo, comenta Paz que “sin duda – estos diputados y dirigentes – se engañaban, como después lo han conocido y lo han confesado. En ésta, como generalmente en todas las discordias civiles, difícil sería hallar la justicia exclusivamente en uno de los partidos; por lo común, ambos pasan los límites que marcan la equidad y la conveniencia públicas”. Efectivamente, al ser los diputados comprovincianos suyos, Paz tuvo, posteriormente, oportunidad de saber que los mismos se arrepintieron de haber apoyado, durante el Congreso de Tucumán, a un caudillo desestabilizador, que competía con los realistas para atacar la causa de la Independencia.
Además, no sorprendería que estos ciudadanos lamentaran haber confiado, en esa circunstancia, en Artigas; en vista de lo que vino después, y a la anarquía que luego se apoderaría de nuestro país, de la mano de los caudillos formados a la sombra del líder oriental.
Sin embargo, en Tucumán, explica Paz, “los diputados de Córdoba fueron completamente vencidos, y… cuando el Congreso, en fines del mismo año, resolvió trasladarse a Buenos Aires, ellos se quedaron en su provincia, separándose de sus destinos, excepto el doctor Salguero de Cabrera”, quien continuó viaje y prosiguió cumpliendo su rol de diputado en la Capital.
Finalmente, concluye Paz que, esta actitud de los diputados cordobeses, sumada a que Córdoba fue la primera provincia argentina donde dominó la contrarrevolución, liderada por Liniers, profundizó en las demás provincias “una especie de reprobación por haberse creído, sin justa razón – a Córdoba, como – opuesta al sistema de la revolución, que con tanto entusiasmo habían abrazado las otras; esta reprobación se fortificó y se aumentó con su inútil oposición en el Congreso, y la derrota de sus diputados”.
Sin embargo, corresponde reconocer (nobleza obliga), en los diputados cordobeses, el mismo patriotismo que el de todos los demás congresales. Cuando se debatió la Independencia Argentina, el 9 de Julio de 1816, no se oyó en ellos oposición alguna, sino que concurrieron, unidos junto a sus otros compatriotas, representantes de las demás provincias, a aprobar y aclamar, a una misma voz, el nacimiento de nuestra Nación.