Nuevos enemigos aparecen en el sendero presidencial. No solo los K, no solo los estatistas, no solo los periodistas; ahora se le suman todos los gobernadores y su vicepresidenta. ¿De dónde viene esto?
¿Es una característica propia de Milei, un invento estratégico de Caputo o de Karina el juntar enemigos? ¿O es parte de un modo de construir poder, del mismo modo en que lo hacen otros presidentes como Milei, Trump o Bolsonaro? En su momento, estos tuvieron un modo similar de ejercer el poder: se definen como antiestablishment, pero defienden valores conservadores, aunque sus filosofías económicas no sean las mismas.
La construcción del enemigo como modo de acumular poder no es nueva; viene desde el fondo de la historia. Quizás lo novedoso sea el mundo digital. Tomemos algunos ejemplos de quienes, en este siglo, han hecho desarrollos teóricos sobre el tema:
Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
•Laclau en La razón populista hablaba de la necesidad de confrontar con las élites a través de la construcción simbólica de la categoría “pueblo”. Pero más allá de su contenido, reconocía que el populismo no es una ideología, sino un modo de construir lo político, articulando demandas sociales y construyendo hegemonías.
•Umberto Eco, en La construcción del enemigo, plantea que los individuos, para tener una identidad propia, necesitan de un “otro” del cual diferenciarse. Y que la construcción del enemigo es una invención útil que sirve para lograr cohesión interna dentro de los países.
•Agustín Laje, ideólogo del mileísmo, dice algo similar a Laclau, pero de contenido inverso: para él, la izquierda construye enemigos simbólicos contra el conservadurismo para justificar políticas identitarias y de control social. El conservadurismo, entonces, se encuentra ante una batalla cultural asimétrica donde la academia, los medios y el Estado están copados por una visión progresista. La salida, para él, es construir una contrahegemonía libertaria, basada en valores como “Dios, Patria y Familia” y en la defensa de libertades individuales frente al “colectivismo”.
Tenemos, entonces, en común que, para diferenciarse, hay que construir hegemonías definiendo un enemigo, aunque sea inventado. Lo de Laje es importante porque allí está fundamentada la necesidad de la batalla cultural y el modo de desarrollarla.
Llama la atención que esa batalla cultural hoy no haya avanzado en demasía. Por tomar un simple ejemplo: la música popular no parece estar identificándose con esos valores. Cuando una corriente cultural cobra impulso, brotan sus juglares por todos lados.
El mileísmo no debiera confundir que un sector de jóvenes se sienta identificado con el lenguaje del insulto fácil del Presidente con una asimilación de los valores libertarios. Lo cual no significa que un sector de la sociedad argentina no tenga valores liberales. La contradicción es que ese liberalismo, al tiempo que comulga con valores vinculados a la libre empresa, en general también comulga con valores liberales progresistas vinculados a la diversidad y al laissez-faire en relación con su vida cotidiana.
Tampoco debiera confundirse el apoyo que se le da al superávit fiscal con la negación del rol del Estado. Por el contrario, muchos que apoyan la “motosierra” y la apertura importadora son los mismos que se quejan de que el Estado no les da la calidad de servicios que demandan: pretenden buena salud, educación de calidad y oportunidades laborales. Los ciudadanos no son economistas; no pueden ver la contradicción entre lo que apoyan y lo que quieren.
*Sociólogo.