El ministro de Economía y Finanzas de Uruguay, Gabriel Oddone, ha repetido hasta el cansancio una frase que suena a sentencia inapelable: “Uruguay va a seguir siendo un país caro, no se va a convertir en un país barato de la noche a la mañana, entre otras cosas porque no es un objetivo deseable”. Con un aire de resignación que parece más un dogma que un análisis, Oddone intenta vendernos la idea de que ser un país pequeño equivale a estar condenado a precios altos, como si la geografía fuera una maldición económica inmutable. Pero esta afirmación, pronunciada con la solemnidad de quien cree tener la verdad absoluta, no resiste un análisis serio basado en datos ni en principios económicos sólidos. Es hora de desmontar este mito con hechos, lógica y un poco de sentido común —y, de paso, sacarle la careta a esta narrativa que huele a excusa para no hacer los deberes.
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El mito del «país chico, país caro»
Oddone sostiene que Uruguay, por ser un país pequeño, está estructuralmente destinado a ser caro. Suena convincente si uno no se detiene a pensar, pero los datos cuentan otra historia. Uruguay, con un PBI per cápita de US$22.600, es el segundo más alto de la región, pero su inflación proyectada para 2025 es del 4,5%, y su crecimiento económico apenas alcanza un anémico 2%. El desempleo se sitúa en 7,8%, y el 17,3% de la población vive bajo la línea de pobreza. Si ser pequeño es sinónimo de ser caro, ¿por qué países como Singapur o Luxemburgo logran combinar altos ingresos con costos competitivos?
La respuesta no está en el tamaño, sino en las políticas económicas. Uruguay arrastra un modelo de alta intervención estatal, regulaciones asfixiantes y una presión fiscal elevada que Oddone mismo reconoce como un obstáculo. En lugar de asumir que el país está condenado por su geografía, deberíamos preguntarnos por qué el gobierno insiste en mantener un sistema que encarece todo, desde los bienes de consumo hasta la producción. Decir que ser caro es «inevitable» es como admitir que el paciente está enfermo pero negarse a darle el remedio.
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La lógica económica detrás de los precios
Un análisis riguroso nos lleva a cuestionar la premisa de Oddone desde los fundamentos de la economía. Los precios no son un decreto divino ni una consecuencia inescapable del tamaño de un país. Son el resultado de la interacción entre oferta y demanda, moldeada por incentivos, regulaciones y políticas públicas. En Uruguay, los costos elevados están directamente ligados a un Estado sobredimensionado que impone trabas burocráticas y tributos que ahogan la competencia y la productividad.
Oddone admite que hay “enormes oportunidades de aumentar eficiencias”, pero al mismo tiempo descarta un cambio significativo porque no sería “deseable”. ¿Para quién no es deseable? ¿Para los uruguayos que pagan un 77,4% más por una canasta básica que en Brasil? ¿O para los comercios que no pueden competir con precios de frontera?
La teoría económica nos enseña que los precios altos son el síntoma de un mercado distorsionado. Uruguay, con su obsesión por un modelo de “protección social” que deja fuera a 400.000 personas en la informalidad, es un caso de libro. En lugar de atacar las causas estructurales —como la falta de competencia o la burocracia—, Oddone opta por el conformismo. ¡Qué manera de tirar la toalla antes de pelear, Gabriel!
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Los datos no mienten, pero los ministros sí
Comparemos Uruguay con otros países pequeños que no se resignan a ser caros. Singapur, con un PBI per cápita de más de US$82.000, ha logrado mantener costos competitivos en sectores clave mediante políticas que promueven la apertura comercial, la innovación y la eficiencia. Su presión fiscal es significativamente menor y su burocracia no asfixia a los emprendedores.
Mientras tanto, Uruguay parece atrapado en un círculo vicioso de baja productividad y altos costos, perpetuado por políticas que Oddone no parece dispuesto a desafiar. El ministro ofrece paliativos y una filosofía de la derrota: “Uruguay va a seguir siendo caro”. ¡Qué inspirador!
El camino hacia un Uruguay competitivo
Uruguay no está condenado a ser caro, y pretender lo contrario es una excusa para la inacción. Un país pequeño puede ser un gigante económico si adopta políticas que liberen el potencial de sus ciudadanos y sus empresas. Esto requiere reducir la intervención estatal, simplificar regulaciones y fomentar la competencia en mercados clave.
Los uruguayos merecen un gobierno que no se conforme con administrar la mediocridad. Decir que ser caro es “inevitable” es una mentira que no resiste el escrutinio de los datos ni de la lógica económica. Es hora de que el ministro Oddone deje de lado las excusas y empiece a trabajar en serio para que Uruguay sea un país donde vivir no sea un lujo.
¡A ponerse las pilas, Gabriel, que el pueblo uruguayo no come vidrio!