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El pacto libertario-kirchnerista

Cerrados los frentes electorales para las legislativas nacionales del 26 de octubre, arranca la semana más explosiva de la política argentina: el armado final de las candidaturas, que vence el próximo domingo 17. Más allá de los nombres –que siempre provocan enojos, desangres y hasta rupturas–, se consolida una clara tendencia tanto en el oficialismo nodal como en la oposición principal.

Esa coincidencia explícita alumbra una suerte de pacto implícito entre libertarios y kirchneristas. Creen que les otorga previsibilidad para la campaña, genera gran cohesión interna, incomoda a quienes intentan correrse de esa lógica y hasta apuestan a que pueden movilizar más votantes.

Así, la diosa polarización vuelve a ser la protagonista esencial de la competencia electoral. Ciento por ciento funcional –y pareciera que necesaria– para oficialistas y opositores duros. La grieta, capítulo mil.

Esto no les gusta a los autoritarios

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En su nombre y en más de una decena de distritos, LLA pasó la aspiradora por el PRO, que ofreció una resistencia similar a la de una tela de araña. Los casos emblemáticos, provincia de Buenos Aires y CABA, su cuna y epicentro de poder. La hermanísima Karina ejecutó un ejercicio parecido con la UCR en algunas provincias.

La diosa polarización vuelve a ser la protagonista de las elecciones

El último jueves hubo una señal brutal al respecto. Fue en Villa Celina, una localidad de La Matanza separada por la General Paz de Villa Lugano, uno de los barrios porteños históricamente más humildes. A ese lugar se dirigió por primera vez en su vida Javier Milei para producir la primera imagen proselitista hacia los comicios bonaerenses del 7 de septiembre.

El Presidente, que evitó a los vecinos curiosos ante un operativo fotográfico relámpago, posó junto a su hermana, el armador karinista Sebastián Pareja, algunos candidatos y los referentes PRO Cristian Ritondo y Guillermo Montenegro. Todos enfundados en buzos violetas. El amarillo fue.

Ese cuadro emblemático se completó con una gran bandera que sostenían los presentes y que les tapaba medio cuerpo. Paraditos en un baldío y con fondo de viviendas modestas, sujetaban un extenso trapo que rezaba “KIRCHNERISMO NUNCA MAS” (sic). Todo en mayúsculas.

Parece resultar poco casual la utilización, hasta con la misma identidad visual, de un concepto medular sobre crímenes y prácticas aberrantes desde el Estado para introducirlo en una mera disputa político-electoral. La banalización del mal, capítulo dos mil.

Tampoco importa nada en esta estrategia oficialista que quien encarna como nadie esta lógica antagónica, Cristina Fernández de Kirchner, esté fuera de carrera, recluida en su casa cumpliendo pena de prisión por corrupción.

Acaso por esta ausencia forzada de la expresidenta es que funcionarios del Gobierno admiten que recibirían casi con entusiasmo que su hijo, Máximo Kirchner, encabece la lista del peronismo bonaerense. Una posibilidad que se agita para evitar, en teoría, que Juan Grabois se presente por fuera de Fuerza Patria, el enésimo “restyling” K.

El dirigente social hace su aporte a la confusión general peronista, ya azuzada por las constantes intrigas entre Kirchner Jr., Sergio Massa y Axel Kicillof, que los avezados caudillos pejotistas de otras provincias observan con desdén.

Enfrentarse a Milei pareciera ser el único adhesivo eficiente para contener a ese TEG permanente que resulta ser el PJ, sobre todo en el distrito con el mayor padrón electoral del país. Pero no solo allí. En nombre de la unidad, aunque duela para evitar una derrota, por ejemplo en Tucumán, su gobernador Osvaldo Jaldo se alió con su rival interno, Juan Manzur, dejó su inicial adhesión libertaria (irónicamente lo llamaban Jaldei) y mutó a un antimileísmo sobreactuado.

Incluso Kicillof ya abraza la doctrina polarizadora, en sus recorridas de actos e inauguraciones con el inconfundible aroma de campaña. Aunque lo que está en juego en septiembre en PBA es el reparto del poder legislativo a nivel provincial y municipal, el gobernador siempre apunta contra la Casa Rosada y el Ministerio de Economía. Curioso proselitismo localista.

Claro que la estrategia “agrietadora” tiene sus riesgos, en ambos extremos.

Para el peronismo puede significar un serio peligro en su intento de reconstruirse como una alternativa de poder. Unirse para ganarle a alguien, como ya hizo en 2019 contra Mauricio Macri, ya exhibió sus enormes limitaciones, en especial a la hora de gestionar. Aún está muy fresco en la sociedad el recuerdo de esa experiencia fallida, encima sin revisión autocrítica, caras nuevas o proyectos renovados. El resultado bonaerense, con el índice de ausentismo incluido, puede constituirse en un test significativo.

Milei, en cambio, más que una victoria electoral (que la mayoría de las encuestas da por descontada), arriesga gobernabilidad. Presente y futura. Esta semana se lo volvió a hacer sentir la Cámara de Diputados, como semanas antes el Senado.

La aspereza aplicada por LLA en los cierres electorales, el bloque común de las provincias en busca de fondos que retiene Nación, el flamante “grito federal” que agrupa a cinco gobernadores dialoguistas, entre otras reacciones, impactó en votaciones demoledoras para los intereses oficialistas y desnudó su fragilidad legislativa.

El viernes, el Presidente insistió en que quieren quebrar la economía

Semejantes escenas podrían ser anecdóticas, si no fuera porque el Gobierno aspira a que en Diputados se blinden sus vetos sobre leyes que hacen peligrar el equilibrio fiscal, según las autoridades. El jefe de Gabinete, Guillermo Francos, trabaja solitaria y afanosamente en pos de esos respaldos.

Habrá que ver cuánto incide en esa tarea –positiva o negativamente– otro duro discurso por cadena nacional de Milei, el viernes por la noche. En 23 minutos, el Presidente insistió en que la oposición busca “quebrar la economía” y advirtió que “si quieren volver al pasado, de acá me sacan con los pies para adelante”. De paso, pidió el voto a LLA “para avanzar a mayor velocidad”. Un clásico.

Aun con un triunfo cómodo en octubre, el relato exacerbado del mileísmo, según el cual todo aquel que no lo apoya es “kuka”, podría complicarlo a la hora de conseguir la aprobación de reformas claves en su agenda. Y en la del FMI.

Claro que siempre puede recurrirse a la magnánima y selectiva “tábula rasa”, de la que el mileísmo ha hecho gala. Incluso entre personajes de su dirigencia y que se candidatean pese a sus roles pasados en el kirchnerismo. Otras vidas.

Que tanto oficialistas como opositores insistan con la narrativa confrontativa no solo habla de su escasa creatividad política. También expresa su desinterés, imposibilidad o desconocimiento por empatizar con las preocupaciones básicas de la ciudadanía. Después se preguntan por qué el sistema democrático atraviesa una grave crisis de representación. Sigan polarizando nomás.

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