De todas las proyecciones polémicas en el presupuesto 2026 hay una que genera especial preocupación en el mercado: se prevé otro desbalance de las cuentas externas, con un déficit de cuenta corriente por u$s5.751 millones, el doble de lo esperado para este año.
Es lo que surge del informe difundido por el Ministerio de Economía, en el que se pronostica exportaciones de bienes y servicios por u$s112.695 millones e importaciones por u$s118.447 millones.
Estos números no deben ser confundidos con la balanza comercial -que únicamente tiene en cuenta los bienes que llegan y se van dentro de los containers- sino que, además, considera el intercambio de servicios -lo que incluye a rubros como el turismo, los servicios profesionales en el exterior y las compras online de productos o contenidos de entretenimiento digital-.
¿Es grave un déficit externo de u$5.751, un monto que en definitiva no llega a representar 1% del PBI? En este contexto político y económico, sí. Porque lo que está demostrando la turbulencia del mercado cambiario -con el dólar ya en el techo de la banda- y el riesgo país en torno de 1.200 puntos, es que hay una percepción de falta de dólares. Y el presupuesto no hace más que agravar esa visión mayoritaria de inversores, banqueros y empresarios.
El peor momento para pronosticar déficit
De hecho, las últimas semanas estuvieron plagadas de versiones sobre la imposibilidad de sostenimiento del esquema de banda de flotación, aun si Javier Milei tuviera una victoria holgada en la elección legislativa de octubre. Los informes y «papers» que han divulgado las consultoras económicas plantean que el escenario más probable para 2026 es el de un cierre total en el acceso al mercado de crédito internacional.
Por caso, el reporte de la influyente consultora 1816 plantea que Toto Caputo deberá hacer frente a un calendario de vencimientos por u$s18.000 millones el año próximo sin posibilidad de «rollear» ni obtener préstamos con los cuales alivianar ese cronograma.
Cuando un país se queda sin crédito externo por haber traspasado un nivel de riesgo país que le permita pagar una tasa razonable -en torno de 500 puntos-, entonces queda obligado a conseguir los dólares con un saldo positivo en la balanza de pagos. Es decir, tienen que entrar más dólares de los que salen.
Y no solamente piensan eso en el mercado argentino. El propio FMI escribió en uno de sus últimos reportes que, considerando su débil cobertura de reservas y sus dificultades de acceso al mercado financiero internacional, Argentina debería contar con un superávit de cuenta corriente de 1,4% del PBI, como forma de evitar eventuales turbulencias.
Hablando en plata, eso supondría un superávit de cuenta corriente en torno de u$s9.000 millones, mientras el pronóstico oficial en el presupuesto es un déficit de u$s2.447 millones para este año y casi el doble para 2026.
Antecedentes inquietantes
Es cierto que en otros momentos de la historia reciente se llegó a acumular déficits mucho más abultados. El propio Javier Milei recibió una economía con un rojo en cuenta corriente por 3,3% del PBI. Y, como denominador común, todos los grandes déficits fueron el preludio de crisis devaluatorias.
Es, además, algo que ha ocurrido en gobiernos de todos los signos ideológicos: desde comienzos de los años 80, cuando se rompió la «tablita cambiaria» tras un déficit récord de 6% del PBI, pasando por la crisis del plan Austral que derivó en la hiperinflación de 1989 -con un previo déficit de cuenta corriente de 4%- y por el colapso de la convertibilidad -anticipado por el déficit de 4,8% en 1998.
Ya en este siglo, la llegada del cepo de Cristina Kirchner coincidió con la pérdida del superávit en 2010. Y luego, ya con Mauricio Macri en la Casa Rosada, el daño del déficit de cuenta corriente se evidenció en toda su intensidad en 2018, cuando un rojo de 5,2% del PBI llevó a la devaluación y al salvataje del Fondo Monetario Internacional.
Pero la gravedad en el monto del déficit de cuenta corriente depende también de otros factores, como la cantidad de reservas en el Banco Central, del monto de deuda dolarizada a pagar y del nivel de atraso cambiario percibido.
En todos esos puntos Argentina está rankeando mal. La deuda acumulada hasta el fin del mandato de Milei supera los u$s34.000 millones. El BCRA tiene reservas líquidas por u$s20.800 millones, de las cuales -según estimaciones del economista Salvador Vitellli- sólo quedan u$s5.389 disponibles cuando se restan los encajes y el fondo Sedesa.
Y, en cuanto al nivel de atraso cambiario, los últimos datos de actividad económica son elocuentes sobre el enfriamiento. De hecho, el Índice Líder que elabora la Universidad Di Tella -y que adelanta los cambios de ciclo económico- marcó una drástica caída en agosto. Y pronostica, con una probabilidad de 98,6%, que en los próximos meses la economía entre en recesión.
¿Esta vez es distinto?
En ese marco de expectativa devaluatoria generalizada, lo que más irritó a los economistas fue el hecho de que Milei y Toto Caputo hayan minimizado la gravedad de tener déficit en la cuenta corriente.
Más bien al contrario, el presidente en un artículo periodístico y el ministro en varios discursos han sostenido que este déficit no puede compararse con los anteriores, porque ahora hay superávit fiscal.
Y, además, señalaron que el rojo en la cuenta corriente debe tomarse como un síntoma positivo, porque una economía en crecimiento necesita importar muchos insumos y bienes de capital para su industria.
Además de discutir el fondo del asunto -es decir, que el hecho de tener equilibrio fiscal sea un seguro contra devaluaciones- los economistas le remarcaron a Caputo que una porción creciente de las importaciones se está destinando a bienes de consumo final y no a insumos para las empresas argentinas. En lo que va del año, las compras de automóviles y de bienes que compiten con la industria local ya representan el 22% del total de importaciones, -hace un año, la cifra era 15%-.
Mientras tanto, las importaciones
En realidad, la balanza comercial propiamente dicha -la que no considera los servicios- sí debería resultar superavitaria el año próximo, al menos en un monto similar al que se espera para 2025, que según los economistas que participan en la última encuesta REM dejará unos u$s7.100 millones.
El pronóstico reflejado en el presupuesto es bastante optimista, dado que se espera que el ingreso fiscal por retenciones a la exportación crezca un 22,8% nominal -lo que equivale a un 11,6% real, si se cumple el pronóstico inflacionario de 10% para todo el año-. Esa previsión generó dudas entre los analistas, sobre todo en el sector del agro, dado que estaría suponiendo un incremento importante de los volúmenes exportados, teniendo en cuenta que el contexto global es de precios deprimidos.
En cambio, hay un marcado optimismo cuando se pone la lupa sobre el nuevo rubro estrella del comercio exterior: la exportación de petróleo y gas, donde Toto Caputo deposita sus esperanzas.
El ministro espera que, con el boom de Vaca Muerta, habrá una potente fuente de ingreso de divisas, que pronto superará a la exportación agropecuaria y que terminará con los clásicos bajones estacionales en el ingreso de dólares.
Con Vaca Muerta no alcanza
Y, efectivamente, los números en la evolución del sector energético son impresionantes, pero aun así los analistas ponen en duda que sea suficiente para el corto plazo. Si se produjera el escenario posible de precios e inversiones, para 2026 el rubro energético podría aportar un saldo neto de u$s17.000 millones, según una proyección de Aleph Energy.
De todas formas, la ayuda petrolera ha sido grande para el gobierno. Si no fuera por Vaca Muerta, hoy se estaría hablando de un problema por escasez de divisas mucho mayor. La consultora LCG estimó que, si la balanza comercial energética hubiese sido como la de 2017 -es decir, con fuerte dependencia del gas importado-, el déficit de cuenta corriente ya estaría en 4,5% del PBI. Es decir, el nivel que en otros momentos llevó a una devaluación brusca.
Desde el punto de vista de los economistas, lo único que evitaría esa situación sería un ingreso de capitales de tal porte que neutralice el rojo de la cuenta corriente. Pero las inversiones externas están llegando a un ritmo más lento de lo previsto. Y muchos analistas creen que lo único que permitiría su aceleración sería el pasaje a un sistema cambiario de flotación pura.
En definitiva, todas las señales apuntan a una misma situación: la devaluación del peso más tarde o temprano.